terça-feira, 9 de janeiro de 2018

filmes de temática gay em 2017

Mariposas Verdes


Filme colombiano inspirado na história de Sergio Urrego.



El diario digital de Sergio Urrego

"Quiero morir sabiendo, aunque todo se pierda", una de las frases del joven fallecido.


09 de septiembre 2014 , 09:35 p.m.
Sergio Urrego murió el pasado 4 de agosto en el noroccidente de Bogotá. Se suicidó, a sus 16 años, luego de enfrentar problemas de presunta discriminación por su condición homosexual en el Gimnasio Castillo, donde cursaba grado 11. Esa, por lo menos, es la versión oficial sobre la muerte que ha causado indignación en el país.
Sin embargo, los textos que dejó Sergio en las redes sociales dan cuenta de su profundidad intelectual. No era homosexual, como se ha dicho. Él mismo afirmaba que no le ponía etiquetas al amor y que le atraían los dos sexos. “Estoy un poco cansado de responder esa pregunta (si soy bisexual). No creo que el amor tenga etiquetas, realmente. Pero, si de alguna forma, algunos/as sienten la necesidad de etiquetarme, preferiría que se me incluyese dentro de la teoría ‘queer’ (minorías sexuales que no son heterosexuales, heteronormadas o de género binario)”. (Lea también: Maestra escribe carta póstuma al joven que se suicidó)
Esa es la característica principal de sus respuestas, una especie de contestación a las normas de la sociedad convencional. Todo quedó para la posteridad en la red social ASK, donde usaba el nombre de usuario de Mefistófeles, tal como él mismo explicó a un usuario, uno de los demonios que está al servicio de Satanás y se encarga de recolectar almas para llevarlas al infierno en ‘Fausto’, la obra trágica de Johann Wolfgang von Goethe.
“Es un personaje increíble, bastante intelectual, interesante y, al fin y al cabo, un demonio, con cualidades impresionantes”, escribió.
Su perfecta ortografía lo delataba. Era un lector empedernido, obsesionado. La literatura era su pasión, tanto como la ideología que decidió para su vida: el comunismo libertario. En su perfil respondía con criterio a cualquier debate político. En realidad, volvió este espacio un diario digital que sostuvo por más de dos años. Con todo tipo de temas.
Se decía ateo, admirador de Édgar Allan Poe y de diversos gustos musicales, entre ellos la ópera; estaba orgulloso de su gato Oreo, que adoptó. Expresó que pensaba estudiar Ingeniería Ambiental en la Universidad Distrital de Bogotá, “por ser una de las mejores universidades públicas en ingenierías”. Defendía esa carrera de forma simple: “Si pretendemos crear un mundo nuevo, este tendrá que ser ecológicamente sostenible”. (Lea también: Amiga habla del sufrimiento de Sergio Urrego, el joven que se suicidó)
A pesar de que el próximo 25 de noviembre cumpliría 17 años, Sergio no titubeaba en hablar de religión, de música, de cine, de dios, de religión, de sexo, de amor. De la vida misma. De lo que quería hacer antes de morir: “Aprender a ser libre; concienciar a la gente; crear una revolución; educar e instruir; ver bastantes películas; leer la mayor cantidad de libros posible; conocer música por montón; culturizarme y culturizar a los demás; asesinar o amar a alguien; suicidio fundamentado”.
La muerte, inevitablemente, era un contenido permanente en sus mensajes. “Si tuvieses superpoderes, ¿cuál sería y como lo usarías?”, le preguntan. Él responde: “Elegiría la inmortalidad, para experimentar cuantas veces quiera el suicidio”.
Defendía esa forma de morir. La consideraba “uno de los actos más valientes que puede llegar a cometer el ser humano y la única salida que existe de un infierno terrenal”. Y exponía: “Aquel que toma la decisión de quitarse la vida voluntariamente, ha dejado de lado las moralidades obscenas que nos han impuesto a través de los años, se ha liberado de ataduras con las que nos mantienen en una larga vida sin objetivo y con valor ha enfrentado la muerte. Independientemente del motivo por el cual una persona se suicide o se quiera suicidar, la decisión es plenamente personal y no se debe ver a través del cristal moral o cristiano, simplemente, hay que aceptar la osadía de esta emancipadora acción”. (Lea también: Cómo puede un padre proteger a su hijo si sufre de matoneo por ser gay).
El caso de Sergio abrió en el país un debate sobre la discriminación a los estudiantes por su orientación sexual. Sus palabras en ASK marcarían su destino. Cuando le preguntaron por qué sabía tanto, él se limitó a contestar: “No sé nada y ese es el problema, lo que he aprendido se perderá y lo que ignoro parece no querer adentrarse en una mente como la mía”.



Foto de Sergio David Urrego.
https://www.facebook.com/sergiodavidurrego1

El libro inspirado en el caso de Sergio Urrego

'Mariposas Verdes' de Enrique Patiño evoca la vida del joven de 16 años que se suicidó por la discriminación que vivía por ser homosexual. Semana.com presenta un capítulo.


¿En qué momento uno se vuelve uno? ¿Cuándo el ser humano pasa a convertirse en lo que terminará siendo? ¿Es una acumulación de momentos? ¿Son algunos hechos los que hacen virar el rumbo de tu propia vida, como los puntos de giro de las películas o las esquinas que uno dobla cuando camina por el barrio? ¿Acaso somos una suma de piezas que intentamos volver a unir, como los pedazos de un espejo roto? ¿Qué era yo? ¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo? ¿Una suma de momentos? ¿La destrucción de mis propias expectativas y las de quienes me han conocido hasta terminar convertido en la reducción de un ser humano? ¿Qué parte soy del rompecabezas? ¿Una más del todo? ¿Acaso soy una pieza suelta que no encaja?
Tal vez sea parte del rompecabezas, pero como pieza individual no me siento partícipe de la obra. ¿O será que es el rompecabezas el que decidió excluir a las piezas que no le gustaban? ¿Es la sociedad la que aparta a quienes se alejan del molde? Aún no lo sé. Tal vez pienso demasiado.
De lo que sí estoy seguro es de que la ruptura de mis padres fue el eslabón inicial en la cadena de hechos que me llevaron a convertirme en otra persona. Soy también una consecuencia de ver partir a mi padre, de romper en llanto al entender cómo mi madre le había dejado las maletas listas para que no hubiera más escándalos ni tuviera oportunidad de arrepentirse, de la asepsia de su adiós y de cómo él no pudo más que despedirse sin que yo pudiera retenerlo.
Soy el resultado del nuevo apartamento al que nos mudamos, más ordenado y pulcro, más elegante y limpio, que poco a poco organicé y en el que pude ubicar la constelación de Centauro sobre mi cabeza, con estrellas fluorescentes que brillaban en las noches y sobre el que luego fui armando otras constelaciones, como la de mi signo, Sagitario. Soy ese muchacho que finalmente logró armar y exhibir un nuevo rompecabezas de 5.000 piezas, esta vez de la torre Eiffel, porque el otro quedó incompleto en el punto exacto de la separación de mis padres.
Soy parte del amor de ambos, porque mamá y papá me amaron, y mucho, pero estaban inmersos en ese apresuramiento de la vida adulta que los obligó a anteponer la seguridad y el bienestar por encima de la libertad. Y formo parte también del amor consumado de mi abuela, ese ser que fue mi compañía cuando me sentía solo y desamparado. De igual manera, soy el resultado de los libros que pude ir acumulando, como un tesoro, en mi propia biblioteca, nutrida de ejemplares y clasificada por géneros, desde La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne y El lazarillo de Tormes, hasta La madre de Máximo Gorki, pasando por las obras de Nietzche. De esos libros que fueron dándome la libertad de pensar por cuenta  propia y entender que del conocimiento es que se alimenta todo ser que quiere salir de su crisálida.
Y sí, he pensado mucho todos estos años. Mi cabeza hierve y jamás permanece en calma. Por eso mismo siento que mi vida no ha sido en vano hasta hoy. No nací para ser como una roca que se lanza al río o un madero arrastrado por las aguas para que suceda con él lo que la corriente y los demás quieran. No nací para dejarme llevar por otros, para que me impongan la música que dictan las emisoras, los artistas que quiera la industria, las películas que dicte el mercadeo. Nací para decidir.
Alguna vez mi mamá quiso prohibirme algunos libros que mi padre me suministraba, pero ya entonces había mucho en mi alma de lo que soy hoy: esta rebeldía y la conciencia de que la vida no era lo que me imponían los demás. No permití entonces que me los quitara. Ya perder la presencia de un padre era demasiado y se lo dejé saber con mi mirada. Ella me observó entonces como si hubiera sido derrotada. La entendía, su amor era infinito, y dentro de ese amor, quería protegerme. Pero yo quería devorarme el mundo, y parte de eso conllevaba la necesidad de dejar sentada mi propia voz.
Solo que no sería fácil.
Casi siempre que quieres elevar la voz van a intentar aplastarte.

La primera vez que fui consciente de ello fue cuando pasé de primaria a bachillerato en el colegio Campestre. La emoción de sentirme entre los más grandes se encontró con la dureza de entender que no sería igual de bien aceptado que antes. Poco a poco gané amigos, o así los llamaba con inocencia, hasta que un día decidimos jugar el clásico juego de “policías y ladrones” en una fiesta a la que me invitaron y a la que mi mamá y mi abuela me llevaron. Yo no creo que te acuerdes de ello, porque nunca hiciste referencia a lo que pasó ese día.
Mi mamá y mi abuela se quedaron hablando en el parque mientras jugábamos. Pronto se olvidaron de nosotros, los niños, que corríamos con ese vigor de los primeros años. Me ubicaron entre los ladrones, lo cual me resultó perfecto pues era hábil, sabía evadir a los rivales, tenía alientos para sostener la velocidad y el ritmo porque llevaba varios años asistiendo a clases de natación, pero inevitablemente a todos nos atrapaban, y en el espacio del parque en el que estábamos no hubo escapatoria en un momento dado. Además, me parecía interesante ser un ladrón. Como bien lo sabes, súcubos, vampiros, malvados, malhechores y villanos siempre me han atraído. Mi lado oscuro se divierte con esos referentes.
Por supuesto, fui capturado. Me rendí entre risas, como un buen ladrón, dispuesto a continuar con el juego tras una pausa. Pero los demás se veían enojados por haberme perseguido tantos minutos sin alcanzarme, o enojados con la vida, o quizás envenenados por algún gen de la violencia exacerbado por la edad. Todos esos niños que me perseguían me revelaron una sed de venganza que no había visto hasta entonces en rostro alguno. Había verdadera furia, y alguien dijo que a los ladrones había que lincharlos.
Pensé, todavía por un instante más que era parte del juego, hasta que me arrojaron al piso y comenzaron a golpearme. Sentí la suela de los zapatos en mi costado y sus puños por todo el cuerpo. Subí las manos a la cara para protegerme, pero alguien más lo evitó. Luché por defenderme como podía, entre lo ensimismado que estaba por no entender qué estaba pasando.
–Ladrón, ladrón, péguenle –me gritaban entre todos.
De pronto, un niño intervino. Apenas lo reconocía.
 –No le peguen más, estábamos jugando –gritó. Los haló hacia atrás. Ningún adulto estaba cerca para impedir lo que parecía ser una masacre en mi contra.
Entonces la emprendieron contra el niño que los había detenido. ¿Lo recuerdas?
Eras tú.
–Oiga, Daniel, ¿está a favor de los ladrones o qué? Este también es un ladrón. Hay que castigarlo.
 –¡Es un juego! - dijiste.
–No le peguen más –gritó y te imitó un niño delgado a tus espaldas, una voz estridente que no supe identificar. Fue repitiendo las mismas palabras pero amanerándolas cada vez más hasta exagerarlas y hacerte ver así como homosexual, por tratar de impedir la violencia en mi contra.
El chiste se reprodujo en las voces de otros, que imitaron al imitador.
–No le peguen más– dijeron, exagerando los acentos. La burla fue un castigo peor para los dos. Al final, nos dijeron “locas” con desprecio, y se fueron, dejándonos en el piso sin que nadie atestiguara nuestra indefensión. Intentaste revisar mi nariz, que sangraba. No tenías idea alguna de qué hacer. Me ofendió que quisieras mirarme. Yo no quería quedarme en el suelo ni dar la sensación de que estaba impedido para defenderme por mi cuenta.
Además, nunca me había sucedido algo así. Mis peleas habían sido de empujones a lo sumo, pero esta vez ni siquiera había habido una pelea, sino una agresión. Decidí recuperar mi pundonor y levantarme para ir donde mi mamá y mi abuela. Sentía el impulso de llorar a su lado, por supuesto. Tú, intempestivamente, te quitaste el saco para dármelo e impedir que me sangrara más la nariz. Me observaste con detenimiento. No quería que me miraras. En ese momento quería ser invisible. Quería a mi madre.
Cuando llegué a su lado, hizo un escándalo de proporciones épicas. Estaba tan preocupada por la sangre que corría por mi nariz que se centró únicamente en conocer mi estado de salud y en cómo lavaría y devolvería el saco que me prestaste, dejando de lado el encontrar a los responsables del ataque en mi contra. Avergonzada, huyó conmigo y con mi abuela de la fi esta sin decir nada para no alertar a los anfitriones. Lucas, por cierto, era el festejado. Cuando lo vi a lo lejos, mientras salíamos apresurados, recordé que era él, justamente, quien me había roto la nariz.
Esas cosas no se olvidan. No se olvidan nunca, Daniel.
*Este texto fue tomado del libro "Mariposas Verdes" del autor Enrique Patiño. Capítulo 4: Una parte que no encaja 

***

Beach Rats

Um adolescente sem objetivo do Brooklyn luta para escapar de sua vida familiar sombria e levantar questões de auto-identidade, enquanto ele equilibra seu tempo entre seus amigos delinquentes, uma possível namorada e os homens mais velhos ele conhece online. (http://www.adorocinema.com)




Movie title: Beach Rats
Date published: 2017-09-17
Director(s): Eliza Hittman
Actor(s): Harris Dickinson, Madeline Weinstein, Kate Hodge, Neal Huff, Harrison Sheehan, Frank Hakaj, David Ivanov, Anton Selyaninov, Douglas Everett Davis
Genre: Drama, 2017, 95 min





Nenhum dos jovens homens de “Beach Rats” faz algo pela vida. Melhor dizendo, nenhum deles faz nada na vida ou com a sua vida, e não nos referimos somente a questões de emprego. Eles são todos iguais. Brancos, musculados, suados, com cabelos curtos e vestidos da mesma maneira com calções largos, boxers simples e t-shirts de mangas cavas. Todos eles deambulam por Brooklyn como fantasmas, circunscritos a uma área limitada, apesar do seu dia-a-dia poder trespassar uma superficial ideia de liberdade juvenil. Em breves e regulares interlúdios, drogam-se, bebem, fumam num “vaping parlor” e banham-se placidamente ao sol na praia local. A presença feminina, tão rigidamente definida como a masculina, vai aparecendo ocasionalmente como forma de gratificação sexual que, nas cenas que o filme nos mostra, nunca parece muito gratificante.
Frankie é um desses rapazes, se bem que algumas idiossincrasias pessoais o diferenciam. Para começar, a sua vida familiar é relativamente conturbada, estando a sala de estar da sua casa ocupada pela cama de um pai moribundo, em constante dor devido ao cancro. A sua irmã mais nova está a entrar no mundo do sexo e a transmutar-se em mais uma das raparigas de calções curtos e piercings no umbigo que vagueiam todas as noites por Coney Island. A sua mãe é uma tempestade de dor enlutada contida num corpo humano, sempre com um olhar ora curioso ou reprovador para examinar o seu filho. Para além de tudo isso, Frankie sente-se atraído sexualmente por homens e isso é uma clara violação do ideal masculino que domina o seu mundo e define o modo como ele o encara.
Histórias de jovens presos dentro do armário por situações sociais opressivas e retratos de masculinidade tóxica são comuns, especialmente no panorama do cinema queer. Com isso dito, poucos são os filmes que tão claramente definem o próprio conceito de “armário” como uma manifestação dessa mesma toxicidade, pelo menos no que diz respeito a homens gay. Imagens culturais sublimadas e interiorizadas pelo indivíduo tornam-se numa arma de auto opressão em “Beach Rats”.
A certa altura, Frankie diz, a um dos homens que conheceu graças a um site de encontros gay, que ele não sabe o que é que gosta. Isto é uma clara mentira. Ao longo do filme é óbvio, não só que Frankie não se sente sexualmente atraído por mulheres, mas até o seu “tipo” de homem preferido. No entanto, a afirmação soa a verdade, pois Frankie acredita piamente nisso. Quando ele se vê ao espelho, vê um espécime de masculinidade igual a tantos outros, incluindo os seus amigos, e isso é uma ideia incompatível com os seus desejos.
“Beach Rats” abre com um momento de sublime engenho visual. Frankie tira fotografias ao seu corpo no espelho do quarto. Cada flash da câmara do telemóvel rompe com a escuridão do ecrã negro, revelando-nos fragmentos possivelmente sensuais, mas quase tornados em arte abstrata pela sua apresentação. Há uma imensa desconexão entre as imagens e a pessoa que as tira e que também serve de modelo, como se Frankie estivesse a mirar um corpo que não o seu. Ele vê o seu corpo, ele sente os seus desejos, ele age consoante as suas necessidades epicúrias, mas não consegue aceitar a conflagração dessas ideias. Ele vê o seu reflexo, a sua imagem virtual, mas nunca se vê a si mesmo.
Cada flash é semelhante à explosão do fogo de artifício que tanto se repete pelo filme como um leitmotiv simbólico, breve, efémero e momentaneamente jubilante. As cenas de sexo com homens têm um efeito semelhante na estrutura de “Beach Rats”, oferecendo variações rítmicas e mecânicas a uma obra cuja abordagem formal está sempre a salientar o desconforto do protagonista. Nessas cenas, por muito reticente que Frankie possa parecer, há algo que se liberta na sua postura, algo que se abre no seu olhar vítreo e que se suaviza na sua face sardenta em constante tensão. Todos, enquanto seres humanos, queremos ser felizes, independentemente das formas desta, e, nesses breves instantes, Frankie parece saborear a possibilidade de felicidade. Mas não dura muito.






















Verdade seja dita, Frankie tenta partilhar a sua identidade com os amigos e com a sua namorada. Fá-lo indireta e evasivamente, mas é óbvio quais são as suas intensões quando revela, aos três companheiros do costume, que costuma frequentar sites de encontros gay. Ele usa o subterfúgio de estar em busca de drogas, e tal mentira tem as suas desastrosas e muito previsíveis consequências, mas Frankie está a tentar testar a força das paredes do seu armário. Com cada resposta intolerante, com cada riso cruel, reação incrédula e olhar desconfiado, aquela possibilidade de ser abertamente feliz, vai-se extinguindo e o fumo da sua morte sufoca o filme e asfixia as suas personagens. Não é por acaso que “Beach Rats” termina com a imagem do céu noturno, negro, silencioso e sujo com farrapos de fumo depois do fogo-de-artificio terminar.
A proposta formal e narrativa de “Beach Rats” está longe de ser particularmente original, mas os esforços da realizadora Eliza Hittman e da sua equipa garantem que a execução da sua premissa seja feita com absoluto primor cinematográfico. A diretora de fotografia Hélène Louvart e o compositor Nicholas Leone são particularmente louváveis, criando uma atmosfera audiovisual de deliberada repetição, de efémera materialidade granular e de frágil claustrofobia.
Merecedor de ainda a maior destaque é o ator inglês Harris Dickinson, cuja presença em frente à câmara é eletrizante. Frankie não é uma personagem particularmente verbosa ou minimamente articulada, mas Dickinson diz-nos tudo o que precisamos de saber com a sua postura, com o medo que rasga tantas vezes o seu olhar, com o ritmo do seu andar.  Mesmo quando o protagonista está num estupor drogado, depois de mais um ato de auto anestesia disfarçada de hedonismo juvenil, há uma claridade fogosa no trabalho de Dickinson, que, se este filme é um bom indicador, poderá vir a afirmar-se como um dos grandes atores da sua geração em anos vindouros.


Dream Boat




Uma vez por ano o Dream Boat parte em uma viagem marítima pela costa do Mediterrâneo. é o único cruzeiro para homens homossexuais na Europa. Mais de 2500 passageiros aguardam sua partida. Entre eles estão cinco homens de cinco países diferentes que escapam das suas vidas cotidianas, longe de restrições familiares e políticas. Eles parecem ter encontrado o paraíso, até que suas histórias pessoais vêm à tona e o processo de auto-aceitação começa. (http://www.adorocinema.com)

Tom of Finland





A história de um dos maiores artistas homossexuais do século XX, Touko Laaksonen (Pekka Strang), mais conhecido como Tom of Finland. Ele não conseguia viver em paz dentro de sua casa, tendo que esconder seus segredos pessoais, mesmo depois do trauma de ter ido para a Segunda Guerra Mundial. Touko decide então se expressar na arte. (http://www.adorocinema.com)

Loev


Negociador em Wall Street, Jai (Shiv Pandit) está com uma viagem de 48 horas marcada para Mumbai. Afim de colocar animação na sua viagem de negócios, ele convida seu amigo e produtor musical Sahil (Dhruv  Ganesh), que larga até o imprudente namorado, Alex (Siddharth Mennon), para acompanha-lo. Nas paisagens da Índia, o refúgio dos dois, eles percebem que há mais do um fuso-horário separando os dois quando a atração torna-se incontestável. (http://www.adorocinema.com)









Loev é um filme indiano do diretor Sudhanshu Saria, e conta a história de dois amigos, o empresário de Wall Street Jai (Shiv Pandit) e o produtor musical de Mumbai Sahil (Dhruv Ganesh), que em meio a uma uma viagem de estrada se deparam com um sentimento até então, inesperado.
Segundo a lei indiana, a homossexualidade ainda é um crime punível com prisão perpétua, o que obrigou o diretor a fazer todo o  filme em segredo. Loev não é um filme político, é uma história de amor simples sobre um amor incomum. Mas o ato de fazer este filme foi um ato político pelas razões em que ele foi feito”, disse Saria.
Em 2013, a Suprema Corte passou a criminalizar todas as atividades sexuais consideradas “contra a ordem da natureza”, incluindo a homossexualidade. “Há três anos, o mais alto tribunal da Índia aprovou a emenda 377 para declarar a homossexualidade punível com prisão perpétua e fazer criminosos de milhões de cidadãos”, explica o diretor.
“Por extensão, o tribunal tornou muito fácil qualquer trabalho cinematográfico endossando ou retratando este amor ser censurado, obstruído e banido. Foi neste ambiente que eu escrevi o roteiro e foi nessa Índia que nossos atores, técnicos, investidores e apoiadores se uniram para fazer este filme, trabalhando em sigilo absoluto e, em muitos casos, livre de custos”.

God’s own country







Primavera em Yorkshire, no Reino Unido: um jovem fazendeiro de ovelhas prefere se isolar e entorpecer suas frustrações diárias com bebedeiras e sexo casual. Porém, a chegada de um trabalhador migrante romeno, empregado para a estação de parto, acende uma relação intensa que coloca o rapaz em um novo caminho. (http://www.adorocinema.com)




Call me by your name

O sensível e único filho da família americana com ascendência italiana e francesa Perlman, Elio (Timothée Chalamet), está enfrentando outro verão preguiçoso na casa de seus pais na bela e lânguida paisagem italiana. Mas tudo muda quando Oliver (Armie Hammer), um acadêmico que veio ajudar a pesquisa de seu pai, chega. (http://www.adorocinema.com)








Ambientada en 1988. La película narra la historia de un recuerdo de un romance de verano y un descubrimiento.
Elio, a sus 17 años, vive con su familia en Italia en todas sus vacaciones, en un hogar en el que cada verano reciben a un huésped de una academia para que ayude a su padre con algunas tareas. En aquellas vacaciones, le abren las puertas a Oliver, un joven de 24 años que consigue conectar a la perfección con la familia, y especialmente con el miembro más pequeño.
Elio acaba adoptando el papel de guía turístico o amigo introductorio para el huésped y gracias a ello, ambos van descubriendo cosas el uno del otro, como por ejemplo la religión a la que pertenecen: el judaísmo. El film es un reflejo del viaje en la búsqueda hacia uno mismo que experimenta cada adolescente: relaciones sexuales, viajes e incuso la soledad. / Imagen tomada de Dream Boat.




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Que gigantesca, imensa desilusão. Depois de tudo o que tinha lido no Guardian sobre «Call me by your name» de Luca Guadagnino («provavelmente o melhor filme de 2017»), tinha as expectativas altíssimas (ainda que já os meus amigos Vasco Câmara e o Luís Miguel Oliveira me tivessem alertado para realidade). Que filme vazio, que não-personagens, que não-sentimento, que incapacidade de criar um único momento convincente (excepção feita a 5 minutos num filme interminável, correspondentes à conversa do pai com o filho, a única coisa que se salva). Alguém comentou algures na net que se trata de uma história de amor gay para heterossexuais que não fazem a mínima ideia do que é amor/sexo gay. E obrigado, mais uma vez, aos castings internacionais por terem feito de novo a proeza de pôr actores heterossexuais (esses heróis! Oscar, já!) a fazer papéis sobre os quais não vislumbram a mais pequena intuição. Acho que resumiste tudo muito bem, Vítor d'Andrade, quando re-baptizaste o filme «Call me by your xaropada». Penoso, mesmo.
Frederico Lourenço, Facebook, 2018-02-04 

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“Nós arrancamos tantas coisas de nós mesmos para nos curarmos mais depressa das coisas que ficamos esgotados perto dos 30 anos. E temos menos a oferecer toda a vez que começamos algo com alguém novo. Mas se obrigar a ser insensível… assim como sentir nada… Que desperdício!” (in: "Call me by your name")